A veces se acierta y a veces se yerra. A menudo (las más) por causa propia y otras por causa ajena. Aunque hay ocasiones en las que es difícil definir dónde empieza y dónde acaba la responsabilidad. Es en estas últimas en las que se encuentran las personas que raramente causan indiferencia en los demás.
Y es así, amigos: se enfrentan a la disyuntiva de causar una fenomenal impresión o una animadversión absoluta. Las consecuencias son inadvertidas para nosotros, comunes mortales, pero para los que detentan esa característica en su vida cotidiana se convierte en una maldición que generalmente acaba mal.
Imaginen por un momento que acaban de conocer a alguien que les está profesando una gran admiración inmediatamente que acaban de conocerles. Por un momento parece grato. Sin embargo, piensen por un instante en lo cuidadosos que han de ser para no menoscabar tal admiración: deben comportarse con una invariable virtud intachable tanto en las distancias cortas como en el tiempo. Cualquier asomo de debilidad será automáticamente interpretada como un desilusionante actuar.
Imaginen por un momento que acaban de conocer a alguien que les está profesando un gran rechazo inmediatamente que acaban de conocerles. Evidentemente, están ante un problema. Dada la naturaleza del ser humano cualquier asomo de debilidad será automáticamente interpretado como una confirmación de que ellos estaban pensando lo correcto. Cualquier asomo de virtud de la que usted haga gala será automáticamente interpretada como una anomalía descartable.
Tratar de navegar ésas aguas procelosas es una tarea que procura insatisfacciones constantes. Ya de por si, los humanos, de manera casi permanente, nos hacemos una imagen de cualquiera que acabamos de conocer, no pocas veces taxativa, en los que volcamos nuestros deseos y frustraciones. Imaginen por un momento como debe ser para alguien que, de modo natural, provoque tales simpatías u odios. La dificultad de estar constantemente en guardia ante los demás y ante uno mismo. Constantemente se ven abocados a no dar un paso en falso para no defraudar o sufrir la ira de los otros.
No hay mal que por bien no venga ni bien que mal no traiga. Efectivamente, toda ésta situación también tiene su lado positivo. Es la de estar de manera contínua caminando por el filo de la navaja. Cuestión que, al que permanece atento y con ánimo entusiástico por aprender y mejorar, aporta no pocos beneficios. Hablamos de la posibilidad de cometer numerosos errores de los que aprender: los errores necesarios para ser poseedor de conocimientos en sociabilidad. Aplíquese conocimiento en el área de la comunicación no verbal y ya tienen ustedes a un experto en diferentes materias como microexpresiones faciales o palabras tabúes. Cuando se refrenda todo esto con unas nociones de Sociología, estas personas, pueden incluso palpar el imaginario colectivo que produce el Signo de los Tiempos.
Entonces, llegados a éste punto, el juego cambia totalmente: se trata de a quién quieren agradar y a quién desagradar puesto que lo innato se transforma en sistema. Y es ahí amigos donde pueden colisionar frontalmente con los límites de la ética y el buen vivir para volver a caminar por el filo de la navaja y volver a un torrente de experiencias que darán problemas nuevos y nuevas soluciones.
Aunque lo más seguro es que para entonces se cumpla el refrán de que la experiencia es un peine que Dios te da cuando ya no tienes pelo.
Y eso, amigos, es materia para otro post.
Un comentario sobre “Los errores necesarios”