¡Ah! ¡A ti te alabo! ¡Aquél que no ha caído en la vulgar treta de la pornografía! Y si cayó, abandonó tan grosero modo de entender la sensualidad, el amor y la entrega de la intimidad y, prefiere usar su imaginación, como los más grandes artistas, a los cuáles, les asistía una musa para crear. En éste caso, una coreografía repleta de sutiles matices en los que caben el deseo carnal y de afecto, gozo y esperanza.
Las musas que te guían no sólo son la inspiración de una obra de arte. Son, también, su catalizador y su conclusión. Allí donde maridan la lujuria y el enamoramiento se abre un espacio vital para los más intensos sentimientos y los más perfectos placeres.
Lo más descorcentante de ellas es que no te eligen, no las eliges. ¿Acaso alguien elige de quién queda prendado?. ¿Por quién se trastorna?. Ni de los dioses tenemos noticia de esto.
Muchos poetastros de la masturbación no se enamoran. Prefieren la satisfacción rápida y elocuente de la descarga sin más. No hay arte ahí. Ni amor. Ni amor al arte. Y, ni mucho menos, satisfacción.
Vives diáfano, ufano y con benevolencia. Primero contigo mismo y después con los demás, para, finalmente, sublimar tus ilusiones y expectativas. Quizás no se cumplan nunca y poco importa. Amando todo tendrá un sentido válido cualesquiera que sean las circunstancias.
Así es y así será.
«Ama y haz lo que quieras»
San Agustín de Hipona
“Yo no me masturbo, me hago el amor”
De la serie House
Un comentario sobre “Las musas de las pajas”