Entréguese sin esperar nada a cambio y haga más de lo que pueda. Hábleles despacio y con cariño. Señale sus virtudes y anímeles a superar sus carencias y defectos amablemente y con buenos argumentos. Otorgue y niegue con la verdad. Véalos con los ojos de un padre firme pero amoroso. Aconseje y calle para sumar. Sea pulcro con sus intenciones. Sea generoso con el esfuerzo.
No hay más secreto para tener la conciencia tranquila: la única recompensa que compensa.
Y aún así, los imbéciles le odiarán por hacer todo aquello. Sin embargo, tarde o temprano, las personas adecuadas para usted aparecerán. Quizás fugazmente como un cometa, brevemente como una estación, sorpresivamente como una lluvia de verano.
Quizás algunos se queden perennes hasta el final. Y, entonces, habrá valido la pena vivir para los malos y para los buenos.
Vivir para los demás y no guardarse nada. Considerarse a uno mismo tangencial y secundario. Ésa es la base para una muerte tranquila.
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