Los amantes de los animales

Las aceras de la ciudad en la que vivo parecen un pipican gigantesco. Si no quieres pringar tus zapatillas con los restos de las evacuaciones de mascotas debes mirar al suelo y andar esquivando mierdas y orines.

Ya no puedes mirar el cielo. Ya no puedes mirar a los transeúntes. Ni edificios. Ni tiendas. Sólo cacas. Restos de cacas. Cacas pisadas y arrastradas varios metros. Chorros amarillos.

¿No hará nada el ayuntamiento? Multas, aunque sea sólo eso. Me doy cuenta de que poner a la policía a observar perros cagando y amos gilipollas no es su tarea pero ¿cuál es la solución? Quizás poner impuestos a las mascotas para financiar la construcción de lugares donde vayan a aliviarse. Segmentar las zonas de un modo coherente. ¿Por qué no? Pronto nos cobrarán por respirar.

Somos una ciudad provinciana llena de lelos, eso está claro.

¿Quién en su sano juicio tendría perros en su apartamento? No pueden correr, ni ladrar. Están prisioneros y nerviosos. Encima tienen los santos huevos de decir que son parte de su familia. Ni en mis peores pesadillas me sentiría pariente de alguien tan indigno y tan estúpido. Es una lástima que los perros no puedan hablar. Iban a flipar los amantes de los animales.

Entiendo que hay gente que se siente sola; una epidemia que acaba de comenzar y será larga en el tiempo. Sin embargo, seguramente es mucho pedir que se relacionen más con los seres humanos o aprendan a estar solos, que se busquen hobbys, que estudien. Vamos, pueden ocuparse en algo productivo y excitante.

Probablemente, comentan el Gran Hermano VIP con sus mascotas frente a sus televisores enormes.

Alguien debería explicarles que los animales como exactamente cualquier ser, vegetal o animal, cualquier piedra, deben ser amados sin que ello signifique renunciar a amar cualquier animal, vegetal o elemento distinto de su querencia. A venerar todo lo que existe enseñan los sabios. Lo digo porque mientras adoran mucho a sus cuadrúpedos desprecian a sus congéneres, atiborrando las aceras de excrementos que tienen bacterias y a alguien deben enfermar. Seguro. Se llenan los zapatos de suciedad que transportan a sus casas, sus coches y sus trabajos.

Algunos, recogen la mayoría de excrementos pero ahí queda la marca. Un mal menor. Sin embargo, no son ni la mitad. La calle es de todos decimos en España pero para ellos la calle no debe ser de nadie y por eso pueden marcarla como su territorio (en su fuero interno debe ser el mismo proceso que el de sus animales de compañía) porque creen que no va a ser reclamada. No es de nadie, como digo, y entonces, todo lo que pasa en ella es absorbido como si de un agujero negro se tratara hacia lugares interestelares insospechados.

Una ciudad no es lugar para ellos. Ni siquiera para los dueños. Por favor, sean conscientes.

Que alguien haga algo.

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