La inconsciencia operante

Con el triunfo del Relativismo Moral, la verdad racional ha quedado diluida en las sensaciones; en las emociones; en la conveniencia del propio sentir.

Según los santones orientales, el egoísmo es consecuencia de la raíz de todos los males: la ignorancia. Además el egoísmo tiene otra raíz: el apego.

Cuando mezclamos la paupérrima guía filosófica e intelectual del mundo actual con la idiosincrasia que le es propia al ignorante egoísta y deseante, obtenemos un sujeto labil y arrogante, manipulable y manipulador, pasivo y agresivo

En un ámbito macro implica ser arrastrados por las modas y los eslóganes, en la convicción de que no hay nada al margen de las ideas triunfantes. En un ámbito micro en convertir las relaciones personales en la necesidad de un constante feedback entre la imagen que pretenden mostrar a otros y la autoimagen de su fuero interno.

Ambos ámbitos adornados por un deseo constante y desaforado por sentir lo que consideran (o les han conminado a considerar) como aceptable o exitoso.

Lo aceptable para la masa varía en función de la ideología a la que se han decidido suscribir según su sustrato social y, también, a una identidad adquirida. Es curioso como, cada vez más, la identidad no es algo connatural a la naturaleza del individuo si no una adscripción, demostrando que incluso algo tan primario, en la casuística del Relativismo Moral, no depende de valores racionales. Depende de criterios emotivos. Incluso, como una proyección económica, en la que se adquiere una sustancia a voluntad. La mezcla entre ideología e identidad ha creado monstruos a lo largo de la historia frecuentemente.

El éxito, una meta tramposa que se extiende como una mancha de aceite desde la esfera pública a la privada y ya, incluso, a la íntima. Esto es terrible ya que si solo importa el sentir a partir de lo que los demás piensen de ti y el baremo son las ideas aceptadas que se han validado desde los púlpitos mediáticos, la consecuencia lógica es la total ausencia de criterio propio mientras se vive en un espejismo de falsa racionalidad. Lo que impera es la inconsciencia. La motivación, el placer. Y todo vale en su consecución.

Así pues, tenemos: una masa adormecida y manipulable en la que los propios objetivos son innegociables, los cuales, les han sido inculcados y no pertenecen a su propio deseo. Todo ello aderezado por la necesidad de buscar el placer de modo recurrente.

Cada vez hay más gente que se da cuenta de estos engaños. Me preocupan los niños, tan refractarios tantos de ellos a leer y formarse en las grandes ideas y cada vez más audiovisuales, pueden ser efectivamente, la primera generación perdida casi en su totalidad. Sin embargo, no por drogas, si no por el signo de los tiempos. Un signo que se ha ido imponiendo poco a poco y que hemos permitido nosotros, pues hemos sido un hito más en el actual estado de la situación. Quizá es a ellos a quienes les toca, esta vez sí, cambiar el mundo para mejor.

 

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