Los puntos ciegos

Las ideas  de las que no somos conscientes, las cuáles configuran los patrones de nuestros actos, son los puntos ciegos de los ejes que configuran las creencias de quienes somos. Sólo podemos llegar a ellas a través del análisis exhaustivo de nuestro comportamiento en el pasado desde múltiples ángulos y no es posible desechar ninguna perspectiva; todo razonamiento debe ser observado de acuerdo a este punto: en tanto no soy consciente de los puntos ciegos de mis creencias, las posibilidades de sus posibles formas y contenidos permanecen invisibles y son, de alguna forma, inmensurables.

¿Cómo se conforma un punto ciego?

A menudo, se enquistan en nuestro credo personal como ideas preconcebidas, ideas pertenecientes a un determinado momentum social. Permitimos que medios de comunicación, familiares, nuestro círculo de amigos o, incluso, los programas educativos a los que nos hemos visto expuestos, colonicen nuestro espacio mental y asumimos de manera superficial aspectos de filosofías de vida y éticas de lo moralmente aceptable que, de alguna manera, van a vertebrar nuestros deseos de ser o tener.

A partir de ahí, juega un papel fundamental el olvido. Olvidamos como llegaron hasta nosotros esos modos de ver las cosas y cuando las integramos en la manera en como vemos la realidad y a nosotros mismos. Es cuando cada uno se lanza el lazo que va a preparar la trampa en la que va a caer y se abona el campo para el error, la confusión y una falsa certeza de que actuamos adecuadamente.

¿Por qué expliqué esto?

En ésta época que nos ha tocado vivir trufada de personas que ostentan sus carencias como un triunfo de sus personalidades egoístas, la entrega incondicional a los demás y la asunción de que no nos llevaremos nada al otro mundo posiblemente serían la verdadera revolución. Sin aceptar que somos falibles y que los sistemas que usamos para participar y comprender el mundo sólo son aproximaciones, nunca acertaremos en convertir el planeta en lo que es verdaderamente: el único paraíso posible durante nuestras vidas. Y debe ser un paraíso de todos y para todos.

Mientras estemos ciegos ante nuestra naturaleza más íntima jamás alcanzaremos a transformar nuestro presente y, con ello, nuestras vidas. ¡Qué decir, entonces, del mundo!

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